Desembarco de color
Nacido en Madrid en 1955 cercano a maestros como De Kooning y Gorky pero quedándose siempre bien arraigado en el territorio europeo. Como para Dubuffet y Van Velde el espacio es para él “una forma global” que le permite “aprender del pensamiento estético”.
Mediante una particular y originalísima caligrafía la estructura de su composición se descentra partiendo de un punto intermedio para reencontrase finalmente de nuevo en el curso del devenir de la obra. La percepción del instante hace emerger la incertidumbre, el juego de las circunstancias, el relativismo de los puntos de vista para reencontrar un nuevo inesperado equilibrio, para hacer posible un retorno al orden y la coherencia.
La espontaneidad da impulso al acto creativo, el que va a dar paso al rechazo de dejarse encasillar dentro de una determinada categoría. Abstracto y figurativo coexisten en su trabajo hasta formar una armonía total; cada demarcación de él se consideraría un obstáculo para su ímpetu creativo en cuyo inicio se pone siempre un punto de interrogación.
“Me gusta que no se sepa que va a suceder después, como en la naturaleza se vive el pasaje de la vida a la muerte por sí mismo”.
Pinceladas y manchas de color a veces sutiles, otras se acompañan de misteriosa señales llenas de simbología que se manifiestan como el espejo de aquella coherencia caótica en la cual se cumple el destino humano. En el fondo de este eterno desorden se encuentra la armonía superior y oculta. No es la razón la que ha accedido a este misterio fuera de cada lógica comprensible. Aquel infinito es el que nadie puede coger en su esencia, tan sólo sentir y entrar en un gesto de amor.
Para Vega de Seoane la pintura parece un ”juego de seducción”. La narración no existe, nula de dramatismo, porque la violencia corresponde a una limitación de su libertad.
Sus elementos son más bien la esfera de la espiritualidad, una espiritualidad que el artista transmite en el lienzo sin buscar un gran efecto, más con todo el vigor de su fuerza expresiva.