El paisaje es la esencia. La naturaleza sueña. La pintura es el alma
Podría con estas dos frases resumir mi obra a lo largo de mi vida.
Paisajes de El Escorial, de aquí y de allá, pero siempre vividos.
Estas obras han sido realizadas durante 2020 y 2021. En ellas he arrancado al paisaje las rocas de mi entorno transformándolas en extrañas figuras densas, pesadas, compactas, que flotan en un espacio inmenso y vacío, donde no hay nada, en una nada. Figuras que, como una crisálida, quieren ser pero no pueden. Parece que están vivas o que quieren ser vivas, en un movimiento interior a veces lento, a veces convulso. Hay una lucha por salir, por ser. Algo inerte pero a la vez embrión. Como el todo y la nada. A veces se intuye una figura humana derrotada, rota y desmembrada en la lucha interior (“Alimentando el alma”). Otras veces se siente el viento acariciando el granito, silbando entre sus grietas y suavizando la rugosa piel de la roca (“Dónde las caricias susurran”)
Técnicamente, desde que descubrí la pintura a la encáustica, de la mano de Manuel Huertas Torrejón en mis años de estudiante en la facultad, esta ha sido el motor técnico de mi obra. Sus registro texturas, veladuras, empastes hacen que siga investigando en ella.